Su taller está apoyado en la concepción de que un proceso educativo debe estar atravesado por la afectividad, y que esta, con el juego, se encuentra en la base de todo conocimiento.
Un objeto del "archivo personal" de cada participante sirve de excusa para una segunda dinámica que profundiza esa exploración y finaliza con una exhibición in situ. El aula se convierte en un improvisado museo.
La sesión de trabajo fomenta así la apertura a experimentar, plantea conexiones posibles entre las artes visuales y la educación, entrena una escucha generosa, construye espacios de colaboración e incentiva una mirada crítica.
Una consigna, dicha como al pasar, parece contradecir cierto afán contemporáneo por la creatividad y la innovación. González Soca dice a los docentes antes de comenzar: "No sean creativos". Pero hay una explicación: "Si yo tengo miedo a 'no ser creativo' o no encontrar una 'solución brillante' me pierdo de tener una experiencia que se acerca más a lo lúdico y experimental, donde no hay errores, todo es ganancia".