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Programación

Con la excusa del robot

El universo de los campeonatos educativos

La robótica educativa facilita el aprendizaje en base a proyectos, profundiza el pensamiento crítico y desarrolla el trabajo en equipo. Sus campeonatos son auténticas fiestas de intercambio cultural en torno al conocimiento que perduran como experiencias indelebles.

Tradicionalmente, en un salón de clase el docente proponía un problema y enseñaba un camino para llegar a su solución. Sin embargo, hace años que ese modelo está en transformación, empujado por la revolución tecnológica y los cambios sociales. La experta estadounidense en educación Alison King proponía sobre la docencia, a principios de la década de 1990, que hay que dejar de ser “un sabio con un escenario” para convertirse en "un guía que va al costado".

La robótica educativa condensa en su aplicación varios de los fundamentos de ese nuevo paradigma. Los estudiantes se convierten en protagonistas y realizadores, mientras que el docente los acompaña en su camino de descubrimiento. Los problemas a resolver se toman de la vida real y son producto de la curiosidad y el interés de los propios alumnos. Aquí no hay una respuesta correcta o incorrecta porque no existe una solución única. Para llegar a buen puerto es preciso aprender a cooperar con los demás, respetar puntos de vista ajenos, investigar los temas con un abordaje multifacético, poner a prueba las hipótesis mediante ensayo y error.

Todd Ensign, referente de Educación de la NASA, profundiza en algunos de los beneficios de la robótica en el aula. "El robot realmente sirve como gancho, como una manera de hacer partícipes a los estudiantes", dice Ensign.
"Las aptitudes interpersonales de comunicación, colaboración, trabajo en equipo, aprender a respetar a tus pares” son habilidades fundamentales, que pueden aplicarse a cualquier carrera que los estudiantes decidan seguir a futuro. En este juego, fallar es necesario: “Los estudiantes aprenden que ganan muchísimo cada vez que hay un fracaso".

Pensamiento crítico, "coopetición" —combinación entre competencia y cooperación— y ciudadanía global son otros aspectos que destaca Carina Ottesen, gerente de alianzas de First Lego League (FLL). "Son los chicos que hacen todo el trabajo, pero los padres y los entrenadores facilitan el proceso", dice Ottesen. En esencia, lo que se busca es fomentar la confianza en un tipo de aprendizaje que dura toda la vida. "No usamos a los niños para que construyan robots, usamos a los robots para construir niños", dice.

Instancias como las Olimpíadas de Robótica o el internacional Open FLL, realizado por primera vez en América Latina en 2019 con sede en Uruguay, coronan esa experiencia con una verdadera fiesta donde niños, niñas y adolescentes se encuentran con pares más allá de las diferencias idiomáticas o culturales y se insertan en una comunidad global.

En el Open, bajo el título En órbita, la consigna era encontrar un problema psicológico o físico que pudiera enfrentar un astronauta por pasar un tiempo prolongado en el espacio, y a partir de allí proponer una solución, construirla y probarla. Participaron más de 700 niños y adolescentes de 9 a 16 años de más de 20 países.

"Conocés gente y cultura que nunca esperabas", dice una niña de Uruguay en uno de los registros en video de la competencia. Otra niña de España agrega: "Conectamos muy bien, nos entendemos y empezamos a hablar de proyectos científicos y acabamos hablando de... yo que sé, de la comida".